En Guirilandia, junto al Museo Picasso, ha reabierto esta bodega. 

Can Cisa está consagrado a los vinos naturales, o “los vinos libres”, como los dueños los denominan, sustancias sin afeites, sin correcciones, sin retoques, la viña a pelo.

Seguir con la tradición innovando. La reverencia por los barriles, el aroma que desprenden y la atmósfera que han generado a lo largo de los años nos inducen a preservar la memoria y la función de un lugar comprometido con el vecindario.

El espacio se articula en diversos escenarios, permitiendo la convivencia entre diferentes usos (tienda, cafetería, restaurante-bar), llevando el visitante a descubrir de forma secuencial los espacios y invitándole a sumergirse en ellos. Desde el acceso principal, en la calle Princesa, se entra a la parte reservada a la venta de vinos y productos gastronómicos.

Al mueble expositor de los productos y a la barra por la venta, se yuxtapone, en la pared del frente, un entramado metálico regular, continuo y tridimensional que, disolviéndose, aguanta las botellas, protagonistas absolutas del espacio.

Bastidor de la tienda es la pequeña barra de la sala adyacente, enmarcada por una estructura que sujeta las barricas del vino al granel, que sugiere al cliente la existencia de otras situaciones más allá. Este espacio representa la bisagra tanto a nivel de distribución como funcional. 

Desde aquí, como desde la pequeña calle Barra de ferro, se pasa al Bar Brutal. Aquí es donde se encontraba el almacén. Una imponente barra revista de viejas maderas regeneradas asegura la continuidad de las dos salas divididas por los arcos. En una tercera sala, de tamaño más reducido, se coloca el celler, con los vinos a temperatura controlada y una larga mesa, configurando el espacio más intimo del restaurante. Rehabilitar las dos grandes aberturas en esta calle ha permitido, a través un entramado en la parte inferior de la carpintería exterior, el paso de la luz si sacrificar la privacidad del interior de la sala.

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© Ciro Frank Schiappa